Comentario
El desarrollo de las guerras civiles de fines de la república romana había condicionado la progresiva anexión territorial de la Península Ibérica hasta el punto de que el extremo noroccidental de la Provincia Citerior, ubicado al norte del Duero, permanece ajeno al ordenamiento provincial romano y tan sólo es objeto de actividades puntuales vinculadas a la depredación que practican los gobernadores provinciales en busca de botín o al reclutamiento de mercenarios. Concretamente, la zona no anexionada comprende el territorio correspondiente a los galaicos, que se extiende entre los cursos del Duero y del Miño-Sil, a los astures con centro en Asturica (Astorga), y a los cántabros que ocupan, junto a otros pueblos, la franja costera del Mar Cantábrico.
La sumisión de estos pueblos se realiza mediante diversas operaciones militares que se proyectan en el período comprendido entre el 29 y el 19 a.C.; la explicación clásica del desencadenamiento de las guerras, presente especialmente en Floro y también en Casio Dión, insiste, como forma de justificarla, en la visión tradicional romana de la guerra defensiva; concretamente, en esta perspectiva el inicio de las actividades viene condicionado por las razzias que realizan los cántabros en el territorio de los vacceos, turmódigos y autrigones; el propio Casio Dión afirma que los cántabros pretendían una ampliación de su territorio mediante la anexión del correspondiente a estos pueblos.
En esta perspectiva, la intervención romana se justifica por la necesaria defensa de los aliados, que constituyen uno de los elementos esenciales que conforman el discurso de la guerra justa (bellum iuxtum), que posee una amplia teorización en los pensadores latinos, entre las que destaca la realizada por Cicerón. La incoherencia de semejante explicación se observa en las propias indicaciones históricas de la tradición clásica que, como ocurre con Casio Dión, documentan claramente que las actividades militares romanas se proyectan tanto contra los depredadores cántabros como hacia sus víctimas, los vacceos.
En realidad, el sometimiento de los galaicos, astures y cántabros posee condicionantes tanto políticos como económicos; los primeros se encuentran vinculados a la necesaria consolidación de los poderes personales del princeps, que tiene en las victorias militares frente a los enemigos del imperio uno de sus elementos propagandísticos fundamentales: en tal sentido, tras la finalización de las guerras civiles, Augusto emprende una serie de acciones militares que tienden a la pacificación del imperio mediante la sumisión de pueblos ubicados dentro de sus fronteras; tal ocurre concretamente con las acciones militares que se emprenden en los Alpes Marítimos en los años 16-14 a.C., o contra los retios y vindélicos en el Tirol septentrional en los años 16-15 a.C. El objetivo de tales actividades militares se centra en la conformación del Imperio dentro de determinadas fronteras, que Augusto aconseja no sobrepasar en el futuro, como un espacio completamente anexionado y pacificado. En esta perspectiva, la conquista de los territorios septentrionales de Hispania completa la integración de la Península y su victoria le proporciona el correspondiente prestigio personal.
Los condicionantes económicos están constituidos, ante todo, por los propios beneficios que la acción militar genera directamente mediante la actividad depredatoria materializada en el correspondiente botín de guerra, en el que se integran los prisioneros que serán objeto de la venta como esclavos; pero, también se materializan en las posibilidades económicas que ofrece tras la conquista la explotación del territorio conquistado. En este aspecto, se debe de tener en cuenta la riqueza minera de los yacimientos del norte, que serán puestos en explotación inmediatamente después de la anexión, proporcionando importantes ingresos al fisco imperial, que se constatan en las referencias de la tradición literaria que cuantifican en 20.000 libras romanas los beneficios reportados por las explotaciones auríferas de la zona.
El desarrollo de las operaciones militares se inicia mediante una serie de actividades de carácter puntual que ocupan los años 29-27 a.C.; concretamente, en el año 29 a.C. el legado de Augusto Statilio Tauro realiza una expedición militar contra los vacceos, cántabros y astures, que le permiten, tras la correspondiente victoria, el título de imperator. La trascendencia de semejantes éxitos militares debe considerarse como irrelevante, ya que en el año 28 a.C. se constatan nuevas intervenciones dirigidas por Calvisio Sabino, que le permiten celebrar el triunfo en Roma; este mismo carácter poseen las actividades militares que en el 27 a.C. dirige el procónsul Sexto Apuleyo, que también le permite la celebración del correspondiente triunfo.
El desarrollo de las operaciones militares adquiere un carácter más sistemático a partir del 27 a.C., con la presencia de Augusto en Hispania. Concretamente, tras su estancia en el 27 a.C. en Tarraco, donde efectúa la correspondiente programación y reorganización de Hispania, se comienza a partir del 26 a.C. el desarrollo de las operaciones militares en dos frentes; el que opera contra los cántabros (Bellum Cantabricum) lo dirige personalmente Augusto conjuntamente con su legado Antistio; el centro de operaciones se establece en Segisama (Sasamón, Burgos). La penetración hacia el norte se efectúa por el río Pisuerga y en Vellica, actual Monte Cildá en las proximidades de Mave (Palencia), se obtiene la primera victoria frente a los cántabros. Con posterioridad, el avance continúa en dirección a Reinosa con el objetivo de conquistar los enclaves donde se habían refugiado los contigentes indígenas; de esta forma, se obtienen los triunfos de Aracillum (Aradillos, Santander) y de Mons Vindius, ubicable en la zona de los Picos de Europa, Pico Tres Mares o Peña Labra. De forma paralela a las operaciones terrestres, se produce la intervención de la flota romana que, procedente de Aquitania, desembarca en la costa cantábrica en Portus Blendium (Suances) o en Portuss Victoriae Iuliobrigensium (Santander). Las consecuentes operaciones sorprenden a los indígenas por la retaguardia y permiten la finalización de la guerra contra los cántabros.
El segundo frente está constituido por las operaciones militares de apoyo que el legado de la Lusitania Publio Carisio realiza contra los astures (Bellum Asturum); las actividades militares se inician con el ataque de los astures al campamento romano, ubicado en la orilla del río Astura (Esla), que fracasa por el apoyo que le prestan los brigaencini a las legiones romanas. Con posterioridad, Carisio evita la confluencia de los astures y cántabros mediante la victoria de Lancia, en las proximidades de Villasabariego (León), lo que le permite el control de la llanura y avanzar hacia Mons Medulius, en la confluencia del Cabrera con el Sil, donde se produce la derrota definitiva de los astures que allí se habían refugiado. Tras la victoria, P. Carisio procede a la fundación de Emerita Augusta (Mérida), cuyas monedas fundacionales conmemoran el triunfo obtenido mediante la representación de las armas de los vencidos y de los nombres de las legiones que participan en las operaciones militares.
Las operaciones sistemáticas de los años 26 y 25 a.C. condicionaron el desarrollo ulterior de la guerra; no obstante, en los años posteriores a la marcha de Augusto de Hispania se producen de nuevo determinados conflictos, que en el 24 a.C. son dirigidos por el legado de la Tarraconense, Lucio Elio Lamia, y en el 22 a.C. por el legado de la misma provincia, C. Furnio. La reactivación de las operaciones militares se produce en los años posteriores como consecuencia del regreso de los prisioneros de guerra que habían sido vendidos como esclavos en la Galia. Para poner fin a la resistencia, Augusto envía a Hispania a Marco Agripa, que realiza una serie de operaciones sistemáticas que provocan la devastación de la región mediante la destrucción del hábitat castreño y la ejecución generalizada de los prisioneros.